Como muchas otras mujeres de mi edad
(sesenta y tantos) participo en grupos políticos y ciudadanos de distinto tipo,
lo que antes se llamaba «militancia». En uno de los que me siento más cómoda es
en la tertulia feminista de Seco.
Son reuniones que a veces parecen de
madres e hijas. Las chicas secanas son veinteañeras y treintañeras, (curiosamente,
falta la franja de edad de los 40 y 50 años). Leemos un libro al mes y lo
comentamos entre todas en un ambiente distendido y agradable.
Hemos leído desde libros clásicos como Una habitación propia,
de Virginia Woolf o El Segundo sexo, de Simone de Beauvoir (ninguna fuimos
capaces de leerlo entero) a best seller como El cuento de la criada, de
Margaret Atwood y otros más actuales y rompedores como Teoría King Kong, de Virginie
Despentes, Quién quiere ser madre, de Silvia Nanclares o La mucama de Omicunlé,
de Rita Indiana.
El último ha sido De mujeres, palabras y alfileres, de la
costarricense Yadira Calvo, libro que para mí ha supuesto todo un
descubrimiento.
Igual que otras feministas y escritoras latinoamericanas, tiene
mucho que decir y además lo dice muy bien.
Hasta ahora las críticas al lenguaje sexista y las propuestas
de un lenguaje inclusivo me habían parecido poco argumentadas, difíciles de
seguir y a veces hasta ridículas, pero este libro te cambia totalmente la
perspectiva. La autora, feminista y lingüista de prestigio maneja una extensa
bibliografía, y ha escrito un ensayo serio, riguroso, documentado en el que, sin
perder rigor académico, ha sido capaz de transmitir sus teorías de forma amena,
con ironía, sentido del humor y sin ninguna pedantería.
Mujer de mente abierta y nada dogmática, su obra no pretende
dar recetas fáciles sino intentar entender la situación en la que estamos y plantear
cuestiones como estas: Por qué la gramática va del brazo del patriarcado; cómo
el léxico se confabula con la dominación; cómo el pensamiento hegemónico a fuerza
de repetirse se convierte en la «verdad» oficial, y otras muchas.
Es decir, el libro habla del lenguaje como herramienta fundamental
del poder y nos explica cómo durante siglos ha sido utilizado para someter razas,
países, clases y muy especialmente a las mujeres, grupos a los que se considera
inferiores y a los que no se consiente salir del peldaño que se les ha asignado
en la escala social.
No es un libro de lectura rápida sino de tomar apuntes,
releer y tenerlo a mano como texto de referencia.
Los seis primeros capítulos, para mí los más difíciles de
leer, tienen un enfoque lingüístico, sociológico y político, y explican cómo la
lengua oficial estructura y sostiene el punto de vista del grupo dominante y
establece lo correcto y lo incorrecto para mantener sus intereses.
Muy interesante es el capítulo dedicado a la Real Academia,
un club privado y exclusivo de hombres, en el que lo que menos importa es la lengua
y lo que más el mantenimiento del sillón y de los privilegios que conlleva. Grandes
figuras de la literatura y la lengua española no han entrado en la RAE por el
mero hecho de ser mujeres. La primera entró en el año 1978 y desde entonces
solo ha habido diez académicas. Muchos de sus miembros varones se consideran
policías del idioma, patriarcas que pontifican sobre lo correcto y lo
incorrecto, dictaminan lo que es mala y buena literatura, rechazan cualquier
cambio y velan porque no se toque la «esencia» del idioma, lo que en el siglo
XIII Alfonso X el Sabio llamó «el castellano derecho».
En los siguientes capítulos, y con muchos ejemplos concretos,
se habla del androcentrismo, el sexismo, la misoginia y la violencia machista
que lo impregna todo: la política, la cultura, la publicidad, la letra de las
canciones, las metáforas, los refranes, los tacos…
Está claro que esta sociedad no va a cambiar de un día para
otro, pero entender los mecanismos de la dominación es fundamental para
lograrlo y, como dice la autora al final del libro: «Hay que ponerle cascabeles al lenguaje que rebaja y envenena.
Que lo oigamos venir, que lo podamos seguir, que todas sepamos de donde viene,
con quién se asocia y a donde va».